dimecres, 9 de setembre del 2009

RUSIA, EL IMPERIO DE LOS ZARES

El inmenso imperio que habían forjado los zares se extendía a lo largo de miles de kilómetros, desde el centro de Europa hasta el océano Pacífico. Su parte "asiática", Siberia, era casi un desierto despoblado, alejado de las grandes vías de circulación mundiales. La parte restante, es decir, Rusia, sin duda era europea, pero vivía al margen de Europas. Y este imperio tuvo una historia muy particular.
En el momento en que los grandes estados europeos entraron en la vía del capitalismo, caracterizado por un rápido desarrollo industrial, y sus pueblos, liberados de las ataduras feudales, accedieron a la vida política, Rusia seguía siendo un estado absolutista. A comienzos del siglo XIX, en el imperio ruso la voluntad del zar era ley, el pueblo vivía aún en la servidumbre y el lento desarrollo económico, fundado en la actividad agrícola y artesanal salvo la metarlúrgia en los Urales, sólo dejaba aparecer las formas más elementales de un tímido precapitalismo.

Esc udo menor de la Rusia zarista

Pero este retraso en el desarrollo, en comparación con los demás grandes estados europeos, no implicaba debilidad política. El poder zarista se hallabga sólidamente sentado sobre la aristocracia y un poderoso ejército, que desde varios puntos de vista (el reclutameinto, la táctica, etc) estaba más avanzado que los ejércitos de Occidente, en cuyo modelo se habia inspirado originariamente el zar Pedro el Grande. Las tropas rusas había participado en las guerras europeas: habían ocupado Berlín duante la guerra de los Siete Años (1760), habían luchado en Suiza y Lombardía durante las guerras de la Revolución (1799), habían expulsado a las tropas napoleónicas de Moscú en llamas (1812) y habían acampado en París (1814). Gracias a su flota de guerra, Rusia se había convertido también en una potencia marítima capaz de participar victoriosamente en opraciones navales en el Mediterráneo (1799) y de intervenir en el Pacífico (1803-1806). La guerra de liberación de 1812 (contra Napoleón I) y las consecuencias de la victoria confirmaron el poderío ruso y convirtieron al zar, dentro de la Santa Alianza (de la que ya hemos hablado en otras ocasiones), en una especie de árbitro de Europa. La mentalidad política del poder y, en cierto modo, la del pueblo estuvieron marcadas por estas circunstancias durante la primera mitad del siglo XIX, al alimentar el orgullo nacional y un cierto sentimiento de superioridad eslava sobre un Occidente en decadencia.

Máxima extensión territorial del imperio ruso

Estas hazañas militares estaban ligadas a las conquistas de finales del siglo XVIII: por una parte, el afianzamiento del poderío ruso en las orillas del Mar Negro (tratado de Kutchuk-Kainardja, de 1774), que condicionaría de cara al futuro la expansión del Imperio en dirección al Mediterráneo y, sobre todo, al rápido desarrollo de la Rusia meridional; por otra, la ocupación de una gran parte de Polonia (repartos de 1793 y 1795), sometida contra su voluntad al destino del Imperio ruso. Los polacos se subevaron dos veces contra sus opresores rusos (1830-1831 y en 1836); por contra, mediante la colaboración forzosa de una parte de la élite del país contribuyeron notablemente al desarrollo económico de Siberia a partir de 1863.
Las guerras napoleónicas reforzaron la autoridad de la aristocracia militar frente al poder. Aunque una parte minoritaria de la nobleza había recibido el influjo de la ilustración y los principios de las revoluciones francesa y americana, la aristocracia en general había sufrido el autoritarimso de Pedro I. Su sucesor, Alejandro I (1801-1825), contrariado en sus ambiciones por el tratado de Tilsitt (1807) y enfrentado a una sorda oposición a su política de alianza con Francia, trató de recuperar el favor de la opinión mediante algunas medidas de perfeccionamiento de las instituciones administrativas: plan de reforma del estado elaborado por un funcionario del ministerio del interior, Speranski, en 1808-1809. eran veleidades de liberalismo, conformes sn duda con los sueños de un soberano de personalidad contradictoria, pero no tuvieron continuidad. Los acontecimientos de 1811-1812, la "guerra patriótica" contra los franceses, darían otra orientación a la política imperial.

Alejandro I, zar de Rusia

La victoria de Alejandro sobre Napoleón, al consolidar el poder zarista, inauguró un largo período de inmovilismo, al menos aparente. A Rusia se le planteaban problemas derivados de su retraso, principalmente en las relaciones entre el soberano y el pueblo, y más concretamente entre el estado y una sociedad dividida en órdenes; la servidumbre era cada vez más discutida, pero más desde el punto de vista de su eficacia económica que desde un enfoque moral. todo ello requeria una solución y genral, solución admitida medio siglo más tarde, en 1861, cuando el poder se vio debilitado por las derrotas de la guerra de Crimea y obligado a hacer concesiones.
A partir de 1812, el reinado de Alejandro I se caracterizó por los disturbios campesinos, cuyo aumento despertaba el recuerdo del levantamiento de Pugacëv (1774), que había hecho tambalear el trono de Catalina II la grande; no obstante, carecia de fuerza frente a un régimen inflexible, dirigido férreamente por Arakceev. En cuanto a las conspiraciones fomentadas por una minoría de nobles agrupados en dos asociaciones clandestinas, la Sociedad del Norte y la Sociedad de Sur, los objetivos de oposición al poder dividían a los conjurados, puesto que unos reivindicaban la emancipación social y la supresión de la servidumbre, hy los otros, simplemente la libertad política, garantizada por una constitución. La inesperada muerte de Alejandro desencadenó el levantamiento militar llamado de los decembristaqs o decabristas (1825), sin base popular, que fue duramente reprimido por el sucesor de Alejandro I, Nicolás I.


Cuadro que escenifica la retirada de Moscú por Napoleón I